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Niña frente a una puerta | Fuente: Shutterstock
Niña frente a una puerta | Fuente: Shutterstock

"Tú eres mi padre": hombre rico y solitario encuentra a una niña en la puerta de su casa - Historia del día

Marianne Carolina Guzman Gamboa
Apr 29, 2024
05:14 A.M.

Max, un hombre de negocios egoísta que lleva un estilo de vida imprudente, se despierta después de otra fiesta al oír el timbre de la puerta. En su puerta hay una niña que dice que él es su padre.

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Max, un joven hombre de negocios ensimismado, envuelto en los restos de la indulgencia de la noche anterior, se despereza en el sofá, agarrando una botella de whisky a la que sólo le faltan unos sorbos para estar vacía.

El estridente eco del timbre de la puerta atraviesa la bruma de la resaca y le hace sentir una oleada de irritación en las venas. Deja la botella en el suelo y se levanta tambaleándose, con el mundo tambaleándose ligeramente a cada paso.

"Ya voy, por el amor de Dios", brama Max.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Shutterstock

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Al abrir la puerta, su mirada se posa en una visitante inesperada: una niña de no más de diez años, de presencia imponente a pesar de su baja estatura. Lleva una mochila de gran tamaño y parece la invitada inesperada a la puerta de Max.

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"Max Jones, ¿verdad?", la voz de la niña corta el aire, clara y sorprendentemente fuerte.

Max parpadea, intentando aclarar sus ideas. "Sí, soy yo", dice, con la voz cargada de sueño y fastidio.

"Eres mi padre", anuncia Maya, con un tono serio.

Max no puede evitar reírse, un sonido áspero e incrédulo que llena el pequeño espacio que hay entre ellos. "Enhorabuena", dice, sin que su sarcasmo logre disimular lo absurdo.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Shutterstock

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Cierra la puerta sin decir nada más, dispuesto a rechazar a la inesperada visitante y su escandalosa afirmación.

Pero la niña no se mueve. En cambio, el timbre vuelve a sonar, esta vez con más insistencia.

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Max, ahora con fastidio y curiosidad, abre la puerta una vez más. "¿Qué quieres exactamente de mí?", pregunta.

"Ya te lo he dicho. Soy tu hija", repite Maya, con voz inquebrantable y mirada fija y firme. "Y quería conocerte".

Max la estudia un momento, con su escepticismo aún intacto. "Bueno, ya me conociste. ¿Ya estás contenta?", replica y vuelve a cerrar la puerta.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Shutterstock

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Pero Maya es implacable. El timbre sigue sonando insistentemente, como prueba de su determinación.

Al asomarse por la mirilla, la paciencia de Max se agota. "Te lo advierto, vete ahora o tendré que llamar a la policía".

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"Puedo esperar. Soy paciente", responde Maya, con la voz tan tranquila como siempre, sin dejarse intimidar por sus amenazas.

"Yo también tengo paciencia", replica Max, aunque su enfado es palpable.

"Pero tus vecinos podrían empezar a pensar mal de ti", señala ella, su lógica inexpugnable incluso para la mente agotada de Max.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Shutterstock

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"Ya saben lo peor", responde Max, pero la insistencia de la niña da sus frutos. Sus continuos toques y golpes resuenan en el pasillo.

En un momento de exasperación, Max coge una escoba y abre la puerta de par en par, dispuesto a enfrentarse a la intrusa. Pero, para su sorpresa, el pasillo está vacío, salvo por las miradas curiosas de sus vecinos.

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"Buenos días", le saludan, con los ojos muy abiertos al ver a Max, escoba en mano.

"Buenos días", murmura Max, sin perder de vista lo absurdo de la situación. Al volver a entrar, ve a Maya deslizándose junto a él hacia el interior de la vivienda.

Una vez dentro, Max vuelve a enfrentarse a ella. "Muy bien, ¿quién eres realmente? ¿Y de dónde vienes?", le pregunta.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Shutterstock

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"Soy Maya", responde ella sin cambiar el tono, dejando caer la mochila en el sofá con una familiaridad que irrita a Max. "Vengo del pueblo de al lado".

"¿Tu madre?", pregunta Max, con la pregunta flotando en el aire, cargada de implicaciones.

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"Falleció hace unos meses", explica Maya, con voz firme, pero los ojos delatando el dolor que le ha infligido semejante pérdida. "Tras su muerte, descubrí quién eras y tu nombre".

"¿Ya comiste?", Maya cambia bruscamente de tema, con una pequeña sonrisa en la comisura de los labios.

"Si te doy de comer, ¿te irás?", Max regatea, medio en broma, medio desesperado.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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"No", responde Maya con sencillez.

"¿Por qué eres tan atrevida?", no puede evitar preguntar, sorprendido por su franqueza.

"Mi madre decía que en eso soy como tú", responde Maya.

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"¿Dónde vives? Te llevaré", ofrece Max.

"Por ahora, pienso quedarme contigo", afirma Maya, con su declaración suspendida entre los dos.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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Max se queda sin palabras. "¿Algún otro hijo del que deba saber?", bromea.

"No. No hay otros niños. Sólo yo", dice Maya, suavizando la voz. "Y eso está bien. Será mucho más fácil con uno solo. Además, ya soy prácticamente mayor".

Max considera sus palabras, y la realidad de la situación empieza a caer sobre él. "Si no hay mamá, ¿estás con tutores?".

"Sí", admite Maya, su confianza vacila por primera vez.

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"Pero, ¿saben siquiera que estás aquí?".

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Shutterstock

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"Um", vacila, su determinación flaquea. "Sí, fue idea suya", añade rápidamente, aunque la duda ensombrece sus palabras.

"Genial", dice Max, aunque la palabra está cargada de sarcasmo.

Coge el teléfono y la decisión está tomada. Inseguro sobre el verdadero origen de Maya y sus afirmaciones, opta por la cautela. Con su empresa al borde de la ruina financiera, no puede permitirse ninguna distracción.

"Buenas tardes. ¿A quién llamo si una niña loca acaba de irrumpir en mi apartamento?". La voz de Max es firme cuando habla con la centralita de la policía, pero su frustración burbujea bajo la superficie.

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El agente al teléfono pone en duda la cordura de Max. "Me ha entendido mal. Estoy bien. El problema es la niña", aclara Max, con la paciencia agotada.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Shutterstock

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Mira a Maya, que ahora examina una figura de tigre de cristal que hay en la estantería, un regalo de sus empleados por ser el "mejor jefe". "Devuelve el tigre a su sitio. Max dirige su atención a Maya, pero es demasiado tarde: la cabeza del tigre está suelta.

"Uy", se sobresalta Maya, su error es evidente.

"¿Tienes idea de lo que significa ese tigre?", Max alza la voz.

"No deberías gritar a los niños; podría quedarme emocionalmente marcada", replica Maya.

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Max suspira profundamente y vuelve a coger el teléfono, sólo para descubrir que el agente ha colgado. "Estupendo. Simplemente genial. Ya he pegado ese tigre diez veces", se lamenta, acercándose enfadado a Maya.

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"No te preocupes, no te haré daño", le asegura Max, percibiendo su recelo. Se arrodilla para quedar a la altura de sus ojos, en un gesto de paz.

"Míranos. No nos parecemos en nada. Tu pelo rubio", le tira suavemente del pelo a Maya, "y mis rizos oscuros. Tus ojos azules, los míos verdes. ¿Has visto alguna vez mi nariz?".

Maya estudia la cara de Max, una expresión pensativa cruza sus rasgos. "Qué suerte tienes. Sería difícil para una chica tener tu aspecto".

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"Ajá".

"Quizá seas una buena persona, como yo".

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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"Ajá", gruñe Max, la conversación le lleva por un camino de inesperada autorreflexión. "Bien, debería ponerme a trabajar".

"Vale, iré contigo", decide Maya como si fuera el siguiente paso más natural.

"Eso no va a pasar", afirma Max rotundamente.

"Entonces deja las llaves. Por si quiero salir", sugiere Maya con una sonrisa mezcla de picardía e inocencia.

Max se frota los ojos, los acontecimientos de la mañana le pesan, un dolor de cabeza le palpita en las sienes.

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Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Shutterstock

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Cuando se adentran en la brillante luz matinal, Maya intenta ajustar su ritmo para igualar el paso rápido de Max. El aire es fresco y agradable, lo que contrasta con su tensa atmósfera.

Agarrando firmemente la chaqueta de Maya, Max parece ensimismado. Sujetando la mochila de Maya como un escudo, parece estar luchando con la situación.

"Muy bien, ya está. La parada del autobús está allí", dice Max, intentando mantener la voz uniforme mientras le entrega la mochila a Maya.

Un vecino pasa trotando, aún con la ropa de gimnasia puesta y el sudor brillándole en la frente. "Buenos días, Max", dice saludando amistosamente.

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"Buenos días", responde Max escuetamente, sin detenerse a charlar. Observa cómo el vecino desaparece en el edificio, y su humor se agria aún más.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Shutterstock

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"Te avergonzaré delante de los vecinos", amenaza Maya juguetonamente, con un brillo travieso en los ojos.

"¿Es una amenaza?", desafía Max, enarcando una ceja.

"Es genética", dice Maya, haciéndose eco de algo que debe de haber oído a su madre. "Sabes, mamá siempre decía que soy como tú. Testaruda".

Max niega con la cabeza, con una media sonrisa dibujada en los labios a pesar de su frustración.

Llegan al automóvil de Max, que es elegante y claramente caro. Maya se detiene y echa un vistazo al interior. "¿Tienes un asiento para niños?".

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Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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Max la mira fijamente, momentáneamente sin palabras. "¿Por qué iba a tener un asiento para niños?".

Maya se encoge de hombros, imperturbable. "La seguridad es lo primero, ¿no? No quiero salir volando por el parabrisas si chocamos".

Max suspira profundamente, frotándose el puente de la nariz. "No vas a dejar pasar esto, ¿verdad?".

"Nop", responde Maya, haciendo saltar la "p" para enfatizar.

"Vale", murmura Max y vuelve al apartamento. Vuelve con un casco de ciclista y se lo pone a Maya en la cabeza. "Ya está. ¿Ya estás contenta?".

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Maya hace una mueca bajo el peso del casco. "Oh, absolutamente encantada".

Maya tira de la manilla del automóvil cerrado. "Bueno, abre", dice.

Max exhala frustración, abre el automóvil y entra. Maya se sienta en el asiento del copiloto e inmediatamente se abrocha el cinturón, asegurándose el casco en la cabeza.

Max suspira pesadamente mientras avanza entre el tráfico, el silencio en el coche le pesa, así que llama a su ayudante y prometida, Claire.

"Hola, ha aparecido una pequeña estafadora que dice ser mi hija", medio bromea Max al teléfono.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Shutterstock

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"¿Qué hija? ¿Qué hija?", la confusión de Claire es evidente.

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Max se frota la frente, sintiendo el estrés de la situación. "No lo sé, pero no tengo tiempo para ocuparme de esto. Cuando recoja a la inversora en el aeropuerto, la entregaré a los servicios sociales para que averigüen quién es y de dónde viene".

La voz de Claire transmite su preocupación a través del teléfono. "¿Vas a llegar a tiempo al aeropuerto? Recuerda que esta reunión es crucial para la empresa y también para ti. No podemos permitirnos estropearlo".

"Sí, sí, lo recuerdo", le asegura Max. Termina la llamada, con la mente agitada por la precaria situación de la empresa.

La empresa de Max se tambalea al borde del desastre, como resultado de decisiones tomadas precipitadamente. Tom Brown, la posible tabla de salvación, había mostrado interés debido a antiguos vínculos con el padre de Max. Perder esta oportunidad no era una opción, y menos por una repentina reclamación de paternidad.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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"¿Planeas entregarme a los servicios sociales?". La voz de Maya irrumpe en sus pensamientos, con una pizca de miedo en sus palabras.

Max se vuelve para mirarla, con expresión seria. "¿Qué otra cosa puedo hacer?".

"¿No podrías... cuidar de mí? ¿Como haría cualquier padre?". Su pregunta es tentativa, esperanzada.

Max se burla de la sugerencia, aunque no con maldad. "Ni hablar. Ni siquiera sé cuidar bien de mí mismo, y mucho menos de un niño. Además, dudo mucho que seas siquiera mi hija".

Maya rebusca en su mochila con determinación y saca una fotografía, entregándosela a Max.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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La foto, en la que aparece con una mujer rubia, no hace nada por refrescarle la memoria. "Esto no prueba nada. Ni siquiera recuerdo quién es", admite Max, con una frustración evidente en el tono.

"Quizá me equivoqué al pensar que eras una buena persona", murmura Maya, su decepción palpable mientras desvía la mirada hacia la ventana, su pequeña figura desinflándose.

Tras un largo silencio, él por fin habla, con voz grave. "Soy una buena persona".

"¿Entonces por qué vives solo?", la pregunta de Maya es directa, toca un nervio.

Max responde con rapidez, poniendo en marcha un mecanismo defensivo. "¡Porque me gusta así! Y para tu información, tengo una prometida. Pronto nos casaremos". Sus palabras flotan en el aire, una declaración para ocultar su vulnerabilidad.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Shutterstock

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Maya no responde, su silencio es un claro indicio de sus sentimientos.

Llegan al aeropuerto. Max sale rápidamente del automóvil, con la mente ocupada en la próxima reunión. Aún insegura del entorno y de sus implicaciones, Maya le sigue, se quita torpemente el casco y lo deja en el vehículo. Se apresura a seguir a Max.

Mientras atraviesan los coches aparcados, el ritmo de Max es rápido, casi demasiado para Maya. Se detiene bruscamente y Maya, desprevenida, choca con él. Max se da la vuelta, con expresión seria.

Se agacha hasta ponerse a la altura de Maya, asegurándose de tener toda su atención. "Escucha", empieza, con voz firme, "la persona que vamos a recoger es muy importante para mí. Va a dar dinero a mi empresa porque está a punto de quebrar".

Hace una pausa, buscando en los ojos de Maya comprensión, cualquier señal de que comprende la gravedad de la situación.

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"Y si lo estropeas de alguna manera", continúa, con la advertencia clara en el tono, "haré de tu vida una pesadilla. ¿Entendido?".

"Sí", responde Maya, con la voz apenas por encima de un susurro. Mira a Max, con miedo evidente en sus ojos muy abiertos. Pero Max, absorto en sus preocupaciones y en la tensión del momento, permanece indiferente a su malestar.

Se levanta, recuperando toda su estatura, mientras añade una condición más: "Y no quiero oír ni una palabra de ti. Hazte la muda". Su directiva es dura, no deja lugar a la negociación.

Maya asiente, su respuesta silenciosa pero acompañada de una pequeña sonrisa insegura. A pesar de su severidad, intenta aligerar el ambiente y encontrar alguna forma de conectar con Max.

Max, al ver su sonrisa, no puede evitar poner los ojos en blanco. Se da la vuelta y los conduce hacia la bulliciosa entrada del aeropuerto, mientras Maya le sigue en silencio.

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Mientras se mueven por el abarrotado aeropuerto, Max busca a Tom, el inversor. A su lado, Maya mira a su alrededor con curiosidad, observando el nuevo entorno.

Al ver a un hombre de mediana edad vestido de forma informal con un jersey azul y pantalones caqui que se dirige hacia ellos, la expresión de Max se tensa. "Las cosas no pintan bien", murmura, más para sí mismo que para Maya.

"¿Por qué?", Maya, siempre curiosa, ladea la cabeza y mira a Max.

"Porque sólo la gente muy familiar viste así", explica él, con un tono de preocupación.

"¿Qué tiene eso de malo?", pregunta Maya.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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Antes de que Max pueda explicar sus aprensiones, el hombre en cuestión se acerca a ellos con actitud amistosa. "¿Max Jones?", pregunta tendiéndole la mano.

"Sí, encantado de conocerte por fin", responde Max, estrechando con firmeza la mano del hombre. Su personalidad de hombre de negocios se impone, enmascarando cualquier preocupación que tuviera momentos antes.

"¿Y ésta quién es?". Ahora identificado como Tom, el hombre dirige a Maya una mirada curiosa y algo amable.

"Ésta es Maya", presenta Max. "Deja que te ayude con tu equipaje", ofrece, intentando ser hospitalario y causar una buena impresión.

"No, gracias. Todavía tengo fuerzas", Tom rechaza la oferta con una risita, mostrando una pizca de orgullo por su autosuficiencia.

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"¿Qué tal el viaje?", pregunta Max cuando empiezan a caminar juntos, y la conversación pasa a un terreno más informal.

"Bien, pero no me gusta estar lejos de casa, de mis hijos", admite Tom, con una suavidad en la voz cuando menciona a su familia. Está claro que la familia significa mucho para él.

"¿Tienes algún asistente?", pregunta Max, curioso por saber cómo se las arregla alguien con tantas responsabilidades.

"¿Asistente? ¿Por qué iba a necesitar asistente? Mi esposa es mi principal ayudante. Llevamos treinta años juntos y hemos criado a cinco hijos. Así que me las apaño bastante bien yo solo", explica Tom con un deje de orgullo, reforzando la imagen de hombre de familia que proyecta.

"Por supuesto", murmura Max en voz baja, un comentario destinado a quedar entre él y Maya. Pero la niña lo capta y empieza a reírse, incapaz de contener su diversión.

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"Sabes, estoy completamente de acuerdo contigo", dice Max, esta vez más alto, asegurándose de que Tom oye sus palabras de apoyo. "Para mí, mi familia es mi vida".

Los ojos de Maya se abren de sorpresa ante la declaración de Max.

"Hermosas palabras", comenta Tom, aparentemente complacido con la conversación, con una pizca de respeto en la voz por la aparente dedicación de Max a los valores familiares.

"Discúlpenme, tengo que hacer una llamada", dice Max de repente, dándose cuenta de la necesidad de arreglar el posible lío que les espera en el hotel.

"Por supuesto, por supuesto", responde Tom con comprensión. Se adelanta, dejando a Max algo de intimidad para su llamada.

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Max llama a Claire, con voz grave pero urgente. "Claire, escucha con atención. Cancela las copas y las chicas en la habitación del hotel, cancélalo todo".

"¿Por qué? ¿Qué está pasando?", la voz de Claire transmite una mezcla de confusión y preocupación.

"No hay tiempo para explicaciones", Max interrumpe la llamada, con la mente acelerada pensando en cómo sortear la delicada situación en la que se encontraban.

Volviéndose hacia Maya, se dirige a ella con una nueva determinación. "Ahora, estafadora, escucha con atención. 500 dólares y finges ser mi hija durante una semana. Eres huérfana, ¿verdad? Necesitas el dinero". Su propuesta es pragmática, destinada a asegurar el futuro de su empresa, pero está teñida de una pizca de desesperación.

Maya guarda silencio. No se apresura a aceptar su oferta, y la tensión entre ellos es palpable.

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"Te entregaré a los servicios sociales", amenaza Max, agotada su paciencia.

"Mil dólares", responde finalmente Maya, con voz firme, no dispuesta a que la infravaloren ni siquiera en esta extraña negociación.

Max se ríe, sin perder de vista lo absurdo de la situación. Alcanza a Tom, intentando recuperar cierta sensación de normalidad mientras Maya le sigue de cerca.

Max deja al inversor en el hotel y le desea un buen descanso tras el viaje. En cuanto Tom sale del automóvil, Max llama inmediatamente a Claire.

"¿Claire?".

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"Sí", responde Claire, sonando disgustada al teléfono.

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"Escucha con atención, vivimos en un matrimonio feliz. Tenemos una hija, Maya, de...", Max aparta el teléfono de la oreja y se vuelve hacia Maya. "¿Cuántos años tienes?".

"Diez", dice Maya.

Max vuelve a hablar por teléfono. "Tiene diez años".

"¿Qué? Max, ¿has perdido la cabeza?".

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"Somos una familia buena y guapa, como en un anuncio".

"¿Has vuelto a golpear a alguien?".

"No he golpeado a nadie. Nuestro inversor es un aburrido y un padre de familia modelo. Así que tenemos que practicar para que parezca creíble".

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Maya tira del hombro de Max. "¿Qué?", le pregunta Max.

"Quiero ir al parque de atracciones. Es perfecto para una excursión familiar", dice Maya, haciendo que Max ponga los ojos en blanco.

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"Claire, nos vemos dentro de media hora en el parque de atracciones", le dice Max.

Maya sonríe satisfecha.

"¿Qué parque de atracciones? Max, estás completamente loc...", Claire no termina la frase y Max cuelga el teléfono.

Llegan al parque de atracciones. Claire ya les está esperando en la entrada, cruzada de brazos y dando golpecitos con el pie. Al ver a Max y a Maya, su expresión se vuelve aún más contrariada.

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Max se irrita. ¿No comprende Claire que tienen que hacer esto para salvar la empresa?

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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"Estoy harta de esperarte. ¿Por qué has tardado tanto?" se queja Claire.

"El tráfico", responde Max escuetamente.

Maya tiende la mano a Claire. "Soy Maya. ¿Eres mi nueva madre?".

"Dios me libre", responde Claire, apartando la mano.

"Entonces, ¿estás preparada para divertirte?", le pregunta Max a Maya.

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Ella asiente enérgicamente. Los tres entran en el parque de atracciones y se acercan a la taquilla. Maya quiere subir a casi todas las atracciones. Max, molesto, saca dinero y paga las entradas.

"No voy a subir a esas cosas que dan miedo contigo", afirma Claire.

"Vale, entonces nos esperarás aquí", decide Max.

"Max, ¿podemos hablar?", pregunta Claire. Se apartan.

"Realmente no me gusta esta idea de una familia falsa", confiesa Claire.

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"Pero tenemos que ganarnos al inversor", responde Max.

"Y esta niña. ¿De dónde ha salido?", Claire señala a Maya, y Max se vuelve para mirarla. Maya le saluda enérgicamente.

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"No lo sé y no quiero saberlo".

"¿Estás seguro de que es tu hija?".

"Estoy seguro de que no es mi hija... probablemente", Max saca la foto que le dio Maya y se la enseña a Claire. "Ella encontró esta foto y de algún modo llegó a la conclusión de que yo soy su padre. Pero ni siquiera recuerdo a su madre".

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Shutterstock

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"Con tu pasado, no es de extrañar", Claire le devuelve la foto. "No quiero hacer de madre de nadie, y menos de una niña que podría ser tu hija. Tengo cosas más importantes que hacer".

"Ir al gimnasio y hacerte la manicura no son 'cosas'. Y no tienes elección, así que sé una buena madre y piensa en lo que va a comer tu hija", dice Max y vuelve hacia Maya.

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"¡Eres un imbécil, Max!", le grita Claire.

Max y Maya disfrutan de los paseos. Max se sorprende pensando que hacía mucho tiempo que no se divertía tanto. Escucha la risa de Maya y se da cuenta de que se parece mucho a la suya.

Maya se pega a él cuando montan en las montañas rusas porque tiene miedo. Al principio, Max se paraliza, pero luego la rodea con el brazo. Siente una sensación cálida y desconocida en el pecho.

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Después de visitar todas las atracciones, vuelven con Claire.

"¿Por qué tardaron tanto?", pregunta Claire, claramente disgustada.

"Nos estábamos divirtiendo", responde Maya. "¡Oh! ¡Helado!", grita y corre hacia el puesto de helados.

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Max la observa y sonríe.

"¿Por qué sonríes? ¿Se están despertando tus instintos paternales?", pregunta Claire burlonamente.

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Max cambia inmediatamente su expresión a seria. "No seas tonta. Lo hago por trabajo".

Max se acerca a Maya y Claire le sigue. "¿Qué helado vas a tomar?", le pregunta Max a Maya.

"De vainilla. No me gustan todos estos sabores extravagantes".

"A mí también...", susurra Max para que Maya no lo oiga. "Dos vainillas, por favor", le dice al vendedor de helados. "¿Y tú qué quieres, Claire?". Max se vuelve hacia Claire, que está detrás de ellos.

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"De fresa", responde Claire.

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Max y Maya hacen una mueca al unísono.

"El sabor fresa es el peor", dicen juntos.

Max mira sorprendido a Maya. Maya se ríe. El vendedor les da sus helados, y Maya disfruta del suyo, ensuciándolo todo. Max se ríe de ella y le dice que parece una cerdita. Maya le fulmina con la mirada y le mancha la camisa de helado.

"¡Oye, a qué viene eso!", exclama Max.

"¿Quién es el cerdo ahora?", Maya se ríe.

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Max quería gritarle, decirle cuánto costaba la camiseta y que habría que tirarla, decirle que se comportaba como una niña, pero entonces se dio cuenta de que... es una niña.

Max recordaba cómo sus padres le prohibían comportarse como un niño y le castigaban cada vez que hacía alguna travesura inocente, como subirse a un árbol y romperse los pantalones o dibujar retratos de su familia en las paredes.

Aunque tenían suficiente dinero y nadie habría sufrido por sus acciones, Max seguía siendo regañado y castigado. Y entonces, miró la situación desde otro ángulo.

Maya es sólo una niña que perdió a su madre y nunca tuvo un padre. Ella cree que él es su padre, y aunque Max lo duda mucho, no puede gritarle a Maya por una inocente travesura infantil.

"Muy bien, alborotadora. ¿Cuál es el siguiente plan?", pregunta Max.

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Maya recorre todo el parque y sus ojos se posan en los quads. Max se da cuenta.

"No", dice.

"Ah, sí", responde Maya, complacida.

"No, y esa es mi respuesta definitiva".

"¿Tienes miedo?".

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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"No tengo miedo, pero es peligroso, y puedes...".

"¡Max es una gallina! ¡Max es una gallina!", Maya se burla de él.

"No tengo miedo. Soy un hombre adulto; no me asusta nada".

"Entonces, vámonos".

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"No".

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"¡Max es un gallina!".

Max agarra a Maya de la mano y tira de ella hacia la taquilla. "¿Quieres quads? Tendrás quads".

"¡Sí!".

Max y Maya se montan en dos quads diferentes. Max insistió en que Maya montara con un instructor, pero ella se negó, diciendo que podía hacerlo sola. Mientras se ponían los cascos, le preguntó a Maya: "¿Cómo puedes tener miedo de montar en un automóvil sin casco pero subirte fácilmente a un quad?".

"Bueno, tú conduces el automóvil, y no sé cómo conduces. Pero aquí, yo lo controlo todo. Además, tengo casco", Maya señala su casco.

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Cuando el instructor le explicó cómo controlar el quad y las técnicas de seguridad, Max dijo: "Entonces, ¿lista para que te haga polvo?".

Maya se limitó a sonreír y dijo: "No te quedes atrás". Entonces, se adelantó inmediatamente en el quad.

"¡Oye, eso no es justo!", dijo Max y fue tras ella. Tenían que rodear la zona de atracciones; la carretera era irregular y tenía muchos baches. Max estaba preocupado por la seguridad de Maya, pero ella parecía llevarlo bien. Por fin, Max la alcanzó.

"¿Qué se siente al ser una perdedora?", le preguntó a Maya y la adelantó.

"¡Oye!", le gritó Maya.

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Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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Maya no tardó ni un minuto en adelantarle de nuevo; se volvió hacia él y le gritó: "¿Quién es el perdedor ahora?".

"¡Cuidado con la carretera!", gritó Max.

"¿Qué?", preguntó Maya, que seguía mirando hacia él en vez de hacia delante.

"Cuidado con...", pero Max no terminó la frase porque el quad de Maya volcó tras chocar contra un pequeño bache, y ella salió despedida hacia el suelo. Max se acercó rápidamente a ella y se bajó del quad.

Corrió hacia Maya y empezó a examinarla. Maya lloraba a gritos y se sujetaba el brazo izquierdo, tenía las rodillas raspadas y las manos desgarradas.

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"¿Qué te duele? ¿El brazo? Déjame ver", tanteó Max, inseguro de qué hacer o cómo ayudar.

"¿Lo has hecho a propósito? ¿Para adelantarme?", dijo Maya entre lágrimas.

"¿Qué? No, no. No quería que pasara esto. Te dije que vigilaras la...", Max se sintió culpable de que Maya volcara, sobre todo porque le había permitido montar.

"Max, estoy de broma", lo calmó Maya. "Pero me duele mucho el brazo".

"Quizá tengas una fractura; tenemos que ir al hospital".

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"Menos mal que llevaba casco", bromeó Maya y dio unos golpecitos en el casco. Max sonrió, sin comprender cómo una niña podía mantener el optimismo cuando le dolía tanto.

"¿Puedes caminar?", preguntó Max.

Maya se levantó e intentó dar unos pasos. "Sí".

"Muy bien, vamos al automóvil; te llevaré al hospital".

Caminaron hasta el automóvil, donde Claire ya les estaba esperando.

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"¿Qué pasó?", preguntó Claire al ver a Maya y Max.

"Ha volcado", dijo Max, sentando a Maya en el asiento delantero del coche. "Vamos al hospital".

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"¿A qué hospital? Tenemos planeada una cena".

"Cenaremos en otro momento", contestó Max.

"¡Ya he reservado mesa! ¡Esta niña lo está estropeando todo!", gritó Claire.

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Max decidió ignorar a Claire. No podía discutir con ella por algo tan tonto como una cena. Max sabía que Claire era muy egoísta, pero él también lo era, y probablemente por eso estaban juntos. Max subió al automóvil y se marchó.

"¿Qué se supone que tengo que hacer?", gritó Claire tras él.

"Llama a un taxi", le gritó Max por la ventanilla abierta.

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En el hospital, resultó que Maya tenía un brazo fracturado. Max pensó que había sido culpa suya, pero Maya le aseguró que debería haber tenido más cuidado. Mientras esperaban a que le pusieran la escayola, Max recordó que una vez se había roto una pierna y decidió contárselo a Maya.

"¿Sabías que yo también me fracturé una vez? Sólo que yo me rompí la pierna", dice Max.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Shutterstock

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"¿En serio?", pregunta Maya.

"Sí, tiré una pelota al tejado de una casa y decidí subirme a un árbol".

"¿Y te caíste del árbol?".

"No, no, ya había trepado antes a los árboles, sin problemas. Pero cuando subí al tejado y cogí la pelota, perdí el equilibrio y me caí".

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"Ay, debió de dolerte mucho".

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"Sí, mucho. Lloré mucho y nuestra ama de llaves corrió al ruido. Llamó a mis padres y les dijo que me había caído y necesitaba ir al hospital".

"¿Te llevaron?".

"No, dijeron que tenían una reunión y no podían venir. La asistenta me llamó a una ambulancia, pero dijo que no iría conmigo porque su jornada laboral estaba a punto de terminar".

"¿Estabas enfadado con ellos?".

"¿Con mis padres?", pregunta Max, y Maya asiente. "No, estaba acostumbrado. Nunca me prestaron mucha atención. Su trabajo siempre era la prioridad".

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"Eso suena muy triste".

Y lo era. Max se sentía triste sólo de pensarlo. Por culpa de sus padres, no tenía ni un solo recuerdo cálido de la infancia. Cuando era más joven, pensaba que sería mejor no haber nacido.

"Pero heredé la empresa de mi padre y ahora tengo mucho dinero", intentó Max hacer la conversación más positiva.

"Probablemente, pero estás tan solo como ellos".

Max no tenía nada que responder a eso. Sabía que Maya tenía razón. Aunque tenía a Claire y a sus empleados, siempre se sentía solo, como si le faltara algo en la vida. Tras una larga pausa, Maya volvió a hablar.

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"¿Max?".

"¿Qué?".

"Mi familia de acogida no es muy buena gente. No se preocupan por mí, sólo me acogieron por los pagos".

"Lo siento".

"Sí, a menudo pienso en lo enfadada que se pondría mi madre si supiera la clase de tutores que tengo. Así que, Max, quiero que me prometas que no volveré con esa familia aunque me entregues a los servicios sociales".

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"Yo...", Max no sabía si podía hacer una promesa así; no sabía si podría cumplirla.

"Por favor, Max, promételo".

"Te lo prometo", dijo Max y cogió la mano de Maya.

A Maya le pusieron la escayola, y a Max le dijeron las recomendaciones que debía seguir para recuperarse rápidamente. Max escuchó y asintió, luego hizo preguntas, luego escuchó y volvió a asentir.

De vuelta al apartamento de Max, Maya se quedó dormida en el automóvil. Parecía muy tranquila, por primera vez desde que Max la había conocido. Pero Max distaba mucho de estar tranquilo; se sentía agobiado por la promesa que le había hecho a Maya y no estaba seguro de poder cumplirla.

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Maya llevaba varios días viviendo con Max, y aunque Max pasaba casi todo el tiempo en el trabajo, reunido con Tom, hablando de la empresa y demostrando por qué Tom debía invertir en ella, poco a poco empezó a acostumbrarse a Maya.

Se enteró de que le gusta desayunar tortitas con miel y de que le encanta dibujar porque, en pocos días, dibujó unas veinte hojas en las que no podía dormirse sin una historia.

Max tenía que inventarse cuentos para contárselos a Maya antes de acostarse porque, por supuesto, no tenía ningún libro infantil.

Cuando Tom, el inversor, se enteró de que tenían un gran parque nacional, sugirió ir de excursión para conocerse mejor. Max tuvo que aceptar, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para que Tom invirtiera en su empresa.

A Claire le disgustaba mucho esta idea, pero se plantó en su cocina y miró a Maya, que estaba preparando bocadillos para el camino.

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"No voy a comer eso", dijo Claire.

"Tú te lo pierdes", replicó Maya con calma, cerrando la mochila y guardándola. Max miró la gran mochila de senderismo que estaba a los pies de Claire.

Parecía a punto de reventar. "¿Sabes que sólo vamos a estar allí un día?", preguntó Max con escepticismo, señalando la mochila.

"Sólo lo imprescindible, nunca se sabe lo que puede hacer falta, hay que estar preparado para todo".

"Lo que tú digas", respondió Max.

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Salieron del apartamento y se acercaron al automóvil. Max cargó su pequeña mochila y la gigantesca mochila de Claire en el maletero. Max oyó discutir a Claire. Se acercó a ella y vio que Maya estaba sentada en el asiento delantero.

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"Max, dile algo", le suplicó Claire. "No me hace caso".

"¿Cuál es el problema?", preguntó Max.

"Se niega a pasar al asiento trasero", explicó Claire.

"Podría marearme si me siento atrás", dijo Maya.

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"Claire, ¿has oído eso? Podría marearse. Siéntate atrás y no montes una escena".

"¡Pero ése es mi asiento!".

"Claire, por favor. Este día es muy importante para mí. Podría ser decisivo para la elección de Tom".

"Pero yo... tú... ella", el dedo de Claire pasó de Max a Maya. Finalmente, con un sonido de insatisfacción, Claire se sentó en el asiento trasero y por fin pudieron conducir hasta el hotel para recoger a Tom. Mientras esperaban a Tom, Max se volvió hacia Maya.

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"Niña, ¿puedes sentarte atrás para que Tom pueda sentarse delante? Es muy importante para mí. ¿O te sentirás mal?", le preguntó.

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"No, todo va bien. Creo que puedo ir detrás si no es mucho tiempo".

"Gracias", dijo Max. Maya salió del automóvil y se dirigió a la parte de atrás.

"¿Qué demonios?", gritó Claire disgustada.

Max la ignoró. Quizá Maya realmente no quería ceder su asiento a Claire para sentirse más importante. Pero Max tenía otras cosas de las que preocuparse ahora; sólo pensaba en que la excursión con Tom tuviera éxito para que invirtiera en la empresa de Max.

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Maya se sentó en el asiento trasero junto a Claire. Y a través del espejo retrovisor, Max vio que Maya le sacaba la lengua a Claire, y que Claire respondía de la misma manera. Max no pudo evitar reírse.

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"Me alegro mucho de que te haga gracia", murmuró Claire, captando la mirada de Max en el retrovisor.

Tom entró en el automóvil. "Siento haberte hecho esperar", dijo.

"En absoluto, todo va bien", respondió Max, conduciendo hacia la reserva natural.

Para llegar al pintoresco paraje por el que es famosa la reserva, tuvieron que subir por una empinada y sinuosa cuesta. Max notó cómo Claire gruñía y se quejaba de la dificultad de la mochila.

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Tropezaba constantemente y perdía el equilibrio debido al peso de la mochila. Pero Max estaba hablando con Tom. Le estaba enumerando todas las ventajas de la empresa y lo que Tom podría ganar si invertía en ella.

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Tom escuchaba atentamente, distraído de vez en cuando por una planta o un bicho. Pero a Max no le molestaba; seguía hablando de la empresa.

"Max, por favor, coge mi mochila", gimió Claire.

"Un momento", dijo Max, continuando su relato a Tom.

"Pero, Max, pesa mucho", dijo Claire.

"Te advertí de que esto pasaría y te dije que no te llevaras una mochila tan grande". Max volvió a su conversación con Tom, pero por el rabillo del ojo vio que Maya se esforzaba por subir la colina debido a su brazo roto.

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"Perdona, un momento", le dijo Max a Tom, y éste asintió comprensivo. Max se acercó a Maya.

"¿Te cuesta andar, chiquilla?", le preguntó Max.

"Un poco, pero no te preocupes, parecía que tenías una conversación seria con Tom".

"Puede esperar", dijo Max. Se agachó, cogió a Maya, se la puso sobre los hombros y se apresuró a volver con Tom. Cuando pasó junto a Claire, ésta se indignó.

"¿En serio? No podías llevarte la mochila, sino a ella, inmediatamente", dijo Claire.

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"Claire, no seas infantil", dijo Max.

"Sí, Claire, no seas infantil", se burló Maya.

"Y tú, no bromees", dijo Max, tirando de la pierna de Maya.

"Lo siento", dijo Maya, cruzando las manos sobre la cabeza de Max y apoyando la barbilla en ellas. Max se acercó a Tom.

"¡Soy muy alta!", gritó Maya y estiró los brazos hacia arriba.

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Tom se rió: "Niños. Echo de menos los tiempos en que los míos eran así de pequeños".

"En realidad, Maya me aseguró que ya ha crecido. ¿Verdad, Maya?", Max recordó su primera conversación, y Maya se sonrojó al oírlo.

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"En cuanto a la empresa, ¿dónde estábamos?", Max decidió retomar su conversación.

"Max, basta de trabajo. Estamos descansando. Háblame más de tu familia", dijo Tom.

"Bueno...", Max se sintió incómodo; aunque Maya y él habían planeado lo que dirían sobre su familia, Max parecía incapaz de mentir a Tom.

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Pero Maya no tuvo ningún problema. Empezó a contar cómo iban de vacaciones, cómo les encantaba cocinar juntos, cómo ambos odiaban el sabor de las fresas pero adoraban las fresas frescas, y no olvidó mencionar cómo se rompió el brazo cuando ambos montaban en quad.

"Ah... con un padre así, no necesitas enemigos", dijo Tom y se echó a reír, Maya se unió a su risa. Y Max se preguntó lo extraño que sonaba que alguien le llamara papá. ¿Podría ser un buen padre para alguien si nunca había tenido un ejemplo así?

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Tom volvió a distraerse con una planta, y Max suspiró pesadamente. Necesita que Tom firme este contrato, y necesita que dé dinero a la empresa porque si no lo hace, la empresa fracasará.

"No te preocupes", dijo Maya, probablemente dándose cuenta del estado de ánimo de Max. "Seguro que te dará el dinero, le caes bien".

"Yo no, la empresa. ¿Crees que le gusto?".

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"Definitivamente le gusto, y tú sólo eres un añadido", dijo Maya.

"¡Eh! Yo también le gusto".

"Bueno, eso es discutible".

Max no tuvo tiempo de responder porque Claire los interrumpió. Estaba apoyada en un árbol y respiraba agitadamente. "¿Podemos... tomarnos un... descanso?", dijo recuperando el aliento.

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"¡Gran idea!", dijo Tom. "Y es un lugar adecuado. Además, tengo hambre".

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Estaban en un pequeño prado, salpicado de diversas flores silvestres.

"¡He hecho bocadillos!", gritó Maya y dio un golpecito con los pies para que Max la bajara. Riéndose, Max se quitó a Maya de los hombros y la dejó en el suelo.

Se acercó a la mochila que Max llevaba colgada a la espalda y sacó cuatro bocadillos. Maya le dio uno a Max y otro a Tom y se acercó a Claire para darle uno también.

"Gracias. Tengo mi propia comida", dijo Claire, sacando una botella de espeso líquido verde de la mochila que yacía en el suelo. Max hizo una mueca al verlo, miró a Maya y vio una expresión similar en su rostro.

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Maya se sentó junto a Tom. Abrió su bocadillo y también empezó a comer. Max dejó caer la mochila al suelo y estiró los hombros. Miró a Claire, que estaba a punto de beberse aquel lodo verde de la botella.

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"¿De verdad te vas a beber eso?", preguntó Max.

"¿Qué tiene de malo? Es un cóctel muy nutritivo; tiene muchas vitaminas", Claire bebió un sorbo de la botella e hizo una mueca, pero cuando vio que Max la observaba, sonrió. "Muy sabroso", dijo.

"Claro", respondió Max.

Cuando acabaron los bocadillos y Claire terminó su lodo verde, Maya corrió a recoger flores y Tom se le unió. Max los observó durante un rato hasta que Claire se sentó a su lado.

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"Max, ¿cuánto tiempo más va a durar esta representación?", preguntó Claire.

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"¿Qué quieres decir?", Max no lo entendió al principio.

"¿Cuánto tiempo tenemos que fingir que somos esta familia feliz?".

"Hasta que Tom firme...".

Claire le interrumpió. "Sí, sí, hasta que Tom firme el contrato. Pero tengo un plan. Entregaremos a la niña a los servicios sociales y le diremos a Tom que la llevamos con su abuela".

"No, no podemos correr ese riesgo", dijo Max. Pero no estaba seguro de si era verdad, y no quería correr el riesgo, o aún no estaba preparado para despedirse de Maya.

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"Te has encariñado mucho con esta chica".

"¿Qué quieres decir?".

"Haces todo lo que ella quiere. Te has olvidado completamente de mí. A veces, creo que ella es incluso más importante que tu compañía".

"No digas estupideces. La empresa es mi prioridad".

"Pero te está manipulando, Max. Quiere que creas que realmente es tu hija".

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"Ella cree de verdad que soy su padre".

"¿Sabes lo que pienso yo? Creo que sólo es una huérfana que descubrió que eres rico y decidió mejorar su vida".

"No, Maya no es así".

"Piénsalo. Llevas diez años sin saber nada de ella y, de repente, aparece".

"Ella no sabía quién era yo hasta que murió su madre".

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"No, Max. Te robará tu tiempo, tu atención, quizá tu dinero. Y luego, cuando crezca, se quedará con tu compañía".

Las palabras de Claire tenían sentido. ¿Por qué su madre no dijo nada si Maya era realmente su hija? ¿No intentó ponerse en contacto con él? Max empezó a preocuparse de verdad por el destino de su empresa en el futuro.

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"Ella no lo aceptará", dijo. "En cuanto Tom firme el contrato, la devolveré a la familia de acogida".

Claire miró por encima del hombro de Max y sonrió, pero él no se dio cuenta o no quiso darle sentido.

Tras la conversación con Claire, Max se sintió atormentado por la culpa, preguntándose si había hecho lo correcto al permitir que Maya se quedara. Se fijó en unas flores esparcidas por el suelo, que Maya había estado recogiendo. Max miró a su alrededor pero no veía a Maya por ninguna parte. Se acercó a Tom.

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"¿Has visto adónde ha ido Maya?", preguntó Max a Tom, preocupado por grabar sus rasgos.

Tom miró a su alrededor, sin ver a Maya, y dijo: "Estaba aquí hace unos minutos".

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"No la encuentro por ninguna parte".

Max y Tom empezaron a llamar a Maya. Claire se acercó a ellos.

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"Maya se ha ido", respondió Max, presa del pánico.

"A lo mejor se ha ido a dar un paseo", sugirió Claire.

"Claire, no recuerda nada. Tenemos que encontrarla", insistió Max, con la voz teñida de desesperación.

"Sugiero que nos separemos; así la encontraremos más rápido", propuso Tom, que parecía decidido.

"Buena idea", convino Max, intentando mantener la esperanza.

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Claire se alejó dando pisotones, con el rostro torcido por la frustración. Max podía ver el enfado en sus pasos, pero su mente estaba nublada por la preocupación por Maya. Gritó su nombre, su voz resonó entre los árboles, pero sólo le respondió el silencio.

El sol empezó a ocultarse en el horizonte, pintando el cielo de tonos anaranjados y morados. El corazón de Max se hundió con la puesta de sol; la hermosa escena parecía burlona en ausencia de Maya.

Max peinó la maleza durante horas, llamando a Maya por su nombre hasta que la voz se le quedó ronca. Intentó contener el pánico, recordándose a sí mismo que debía mantener la concentración.

Cuando la oscuridad envolvió el bosque, Max tomó la difícil decisión de volver a la pradera. Se aferraba a una pizca de esperanza de que Maya hubiera encontrado el camino de vuelta o de que Claire y Tom tuvieran mejores noticias.

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Pero en el prado, ahora bañado por el suave resplandor del crepúsculo, no estaba la única persona a la que esperaba ver. Los rostros de Claire y Tom estaban sombríos, reflejando el temor de Max.

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"¿La encontraron?", preguntó Max, aferrándose a una pizca de esperanza de que Maya estuviera escondida en alguna parte, planeando sorprenderle. Sin embargo, Claire y Tom negaron con la cabeza.

"Max, vámonos a casa. Está oscureciendo y no podremos volver", dijo Claire, tratando de ser pragmática.

"Tienes razón. Ve tú y yo seguiré buscando a Maya", replicó Max, con una clara determinación en la voz.

"Pero Max, quiero que vengas conmigo. Llamaremos a la policía cuando lleguemos a casa", sugirió Claire, con un tono preocupado.

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"No, yo seguiré buscándola, pero tú puedes llamar a la policía para que ellos también empiecen a buscar", dijo Max, poco dispuesto a rendirse.

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"Max", Claire empezó a decir algo, pero luego miró a Tom y cambió de opinión. "No la encontrarás tú solo, así que vámonos a casa", suplicó, pero Max pudo oír en su voz la orden que conocía desde hacía años.

"No iré a ninguna parte hasta que la encuentre", gritó Max, con las emociones a flor de piel. "No dejaré a mi hija aquí sola".

Claire enarcó las cejas, sorprendida. "Como quieras, pero yo no me quedo", dijo ella, poniéndose la pesada mochila y alejándose.

"Espero que la encuentres", dijo Tom, dándole una palmada en el hombro a Max antes de seguir a Claire.

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Max deambulaba por la reserva, con su voz resonando en el silencio. "¡Maya!", gritaba una y otra vez, con un tono mezcla de preocupación y desesperación. La oscuridad parecía tragarse sus llamadas y no le devolvía más que silencio.

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Se movió con cuidado, la luz de su teléfono apenas atravesaba la noche. Entonces lo oyó, una débil voz que lo llamaba por su nombre.

"¡Max! Estoy aquí", la voz de Maya sonaba pequeña y distante. Max corrió hacia el sonido, con el corazón acelerado. La encontró en el foso, pequeña y vulnerable.

"¿Te hiciste daño?", la preocupación de Max era palpable. Odiaba verla sufriendo, y más sabiendo que él era la causa de su angustia.

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"No", respondió Maya con frialdad. Su calidez habitual había desaparecido, sustituida por una distancia que Max nunca había sentido en ella.

"¿Cómo has acabado ahí?", preguntó él, intentando mantener la voz firme.

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"Me caí", respondió ella con sencillez. La brevedad de sus respuestas, tan poco habitual en ella, hizo que el corazón de Max se hundiera aún más.

"¿Por qué has venido aquí?", insistió, necesitando comprender.

"¿Qué importa?", la voz de Maya era resignada, casi derrotada.

Max se acuclilló junto a la fosa, intentando acercarse a ella física y emocionalmente. "Maya, ¿qué pasó?", preguntó en voz baja, necesitando que ella viera que era sincero.

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Sus siguientes palabras le golpearon como un puñetazo. "Me mentiste. Prometiste que no me devolverías a mi familia de acogida, pero eso es exactamente lo que piensas hacer cuando Tom te dé el dinero para la empresa".

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La negación de Max fue inmediata. "Maya, eso no es cierto".

"¡No mientas! ¡Lo he oído todo! ¡Le dijiste a Claire que me devolverías a la familia de acogida! ¡Dijiste que la empresa era tu prioridad!". El dolor en la voz de Maya era evidente, y Max sintió una aguda punzada de culpabilidad.

"Nos estabas espiando...", Max interrumpió.

"¡Y me alegro de haberlo hecho! Ahora sé cómo eres en realidad. Eres un mentiroso al que sólo le importa el dinero y su empresa". La acusación de Maya escocía.

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"Basta ya de esta conversación", dijo Max con una determinación nacida de la desesperación. No podía soportar la distancia que los separaba cuando Maya lo necesitaba. Así que hizo lo único que se le ocurrió: saltar al foso.

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"¿Por qué has hecho eso? ¿Cómo vamos a salir ahora?". La voz de Maya estaba teñida de frustración, pero Max podía oír el miedo subyacente.

"Porque me importa. Porque cuando desapareciste, sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies. Porque soy tu padre y te sacaré de este pozo". La declaración de Max fue feroz, una promesa hecha en la oscuridad.

"Estás mintiendo otra vez". La incredulidad de Maya contrastaba con la seriedad de Max.

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"No, Maya", dijo Max, arrodillándose para ponerse a su altura, para demostrarle que hablaba en serio.

"Fui un idiota cuando lo dije. He sido un idiota toda mi vida hasta que apareciste tú. Dejé que Claire me manipulara y pensé que me estabas utilizando porque toda mi vida la gente me ha utilizado. Pero me equivoqué. Eres la primera persona que no necesitaba nada de mí, sólo a mí. Y ahora lo veo. Y te prometo que no te dejaré. ¿Me crees?", su voz era emotiva, desnudando sus sentimientos como nunca antes lo había hecho.

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Maya asintió vacilante e insegura, pero lo hizo.

"Bien", dijo él, con una suave sonrisa en los labios a pesar de la situación. "Ahora, salgamos de aquí".

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Con Maya a hombros, Max salió de la fosa, empleando cada gramo de fuerza y determinación que poseía. Salieron a la carretera y Max llamó a un taxi, con la mente agitada por lo que vendría a continuación.

A medida que se acercaban al edificio de apartamentos de Max, envueltos en la tranquilidad de la noche, la visión del automóvil de la policía y la furgoneta de los servicios de menores provocó un estremecimiento de miedo en el corazón de Maya. "¿Max?", susurró.

"No te preocupes, lo solucionaremos", la tranquilizó Max, aunque su corazón latía de incertidumbre.

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Pagó al taxista y, con una mano protectora en el hombro de Maya, se acercaron a los funcionarios que esperaban. Claire estaba allí, rondando cerca de los agentes con una expresión de preocupación que a Max no le sentó nada bien.

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"¡Max! ¿Estás bien? Claire se abalanzó sobre él y lo rodeó con los brazos en un abrazo que pareció más intrusivo que reconfortante. Max la apartó suavemente, con los ojos en busca de respuestas.

"¿Por qué están aquí la policía y los servicios sociales?", la voz de Max era firme, exigiendo una explicación para la escena que tenía delante.

"Pensé que sería mejor para todos", la respuesta de Claire fue vaga.

Maya, sintiendo la tensión, se retiró detrás de Max. Una mujer del servicio de menores se adelantó, con la mirada fija en Maya.

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"¿Es ésta la niña que tenemos que llevarnos?", preguntó, mirando de Claire a Maya con un distanciamiento profesional que a Max le pareció frío.

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"Sí, es ella", respondió Claire, con un tono de satisfacción. "Imagínate, cuando llegué a casa decidí averiguar más cosas sobre Maya y descubrí que su familia de acogida la estaba buscando. Se escapó de ellos".

"Vamos, niña. Te llevaré a casa", la mujer se dirigió a Maya con una falsa dulzura que no contribuyó en absoluto a aliviar la tensión.

"No irá a ninguna parte", la respuesta de Max fue un gruñido, una clara advertencia de que no dejaría que se llevaran a Maya sin luchar.

"Pero Max...", el intento de Claire de intervenir fue interrumpido por la mirada de Max.

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"Tenemos que devolvérsela a sus tutores", insistió la mujer de los servicios sociales.

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"Yo soy su padre. Me haré una prueba de ADN si es necesario, pero puedo decirte que es cierto incluso sin ella. Porque Maya es mi viva imagen, aunque no lo dirías por el aspecto", la declaración de Max estaba llena de una determinación recién descubierta. Abrazando a Maya, aclaró, "Y se queda conmigo. Lucharé si hace falta".

Percibiendo la profundidad de la determinación de Max, la mujer de los servicios sociales se echó atrás con un cortante: "Soluciónenlo ustedes".

"Max, te está manipulando", intentó Claire sembrar la duda, pero sus palabras fueron desechadas.

"Escucha, Claire. Aquí la única que manipula eres tú", replicó Max.

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"No quiero vivir con esta niña. Elígela a ella o a mí", la petición de Claire fue recibida con un rechazo inmediato.

"Ella", Max no dudó ni un segundo.

"¡¿Qué?! ¿Cómo te atreves? Después de todos estos años, ¡he estado a tu lado! Si es así, se lo contaré todo a Tom. ¡Que tu familia perfecta es una farsa! ¡Que no hay familia!", la amenaza de Claire era desesperada.

Tom salió del edificio, su presencia era inesperada. "¿Qué hace aquí?", la confusión de Max era evidente.

"¡Quería quedarse hasta que encontraras a Maya, y le dejé quedarse para que te ayudara!", la explicación de Claire no sirvió para calmar la creciente ira de Max.

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"¿Quieres decirle a Tom que todo es mentira? No te molestes, se lo diré yo mismo". La determinación de Max era inquebrantable mientras se acercaba a Tom.

Max le contó a Tom la realidad de su situación, admitiendo que Claire no era su mujer, sino su prometida, que la existencia de Maya era un descubrimiento reciente y que sus historias eran falsas, excepto el incidente de los quads, que era un testimonio de sus fracasos como padre.

"Entonces, ¿toda tu familia es una mentira?", la decepción de Tom era palpable.

"Lo que viste, sí. Pero Maya es realmente mi hija, mi familia", afirmó Max.

"Max, me alegro de que hayas dicho la verdad. Pero no puedo tratar con alguien que me mintió desde nuestro primer encuentro", la decisión de Tom era definitiva.

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"Lo comprendo. Gracias por tu tiempo", Max agradeció la comprensión de Tom a pesar de las circunstancias.

"Pasar tiempo con Maya fue un placer, no una pérdida. Me alegro de que lo entiendas", dijo Tom con amabilidad antes de marcharse.

Max lo miró marcharse, y se intercambiaron una despedida silenciosa. Tom se despidió de Maya con la mano, y ésta le devolvió el gesto con un leve gesto de la mano.

"Max... yo...", Claire intentó reconciliarse, pero la paciencia de Max se había agotado.

"Piérdete. No quiero volver a verte. Ni como mi ayudante, ni como mi prometida", la despedida de Max fue definitiva.

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"Pero...", la objeción de Claire se vio interrumpida por la firme orden de Max de que se marchara. Cuando Claire se marchó, Max centró toda su atención en Maya y se arrodilló para mirarla a los ojos en un momento de vulnerabilidad compartida.

"Lo siento. Todo es culpa mía", dijo Maya en voz baja, con los ojos brillantes por las lágrimas no derramadas.

"No. La culpa es mía por mentir y arrastrarte a esta mentira. ¿Me perdonas?", la súplica de Max era sincera, sus ojos buscaban el perdón de Maya.

Maya asintió, con un gesto sencillo pero profundo, mientras Max le secaba las lágrimas y la abrazaba.

"¿Qué pasará ahora con tu empresa?". La preocupación de Maya rompió el silencio.

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"No lo sé, pero nos encargaremos de ello. Juntos, como una familia".

"¿Eso significa que me pagarás 1.000 dólares semanales por hacerme pasar por tu hija?". El intento de humor de Maya aligeró el ambiente, arrancando una carcajada de Max.

La risa de Max fue un bálsamo para sus heridas, y su abrazo se estrechó alrededor de Maya. En aquel momento, en medio del caos y la incertidumbre, encontraron una semblanza de paz, una familia forjada no por las mentiras, sino por la determinación compartida de afrontar juntos el futuro, trajera lo que trajera.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: Pexels

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Este relato está inspirado en la vida cotidiana de nuestros lectores y ha sido escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o ubicaciones reales es pura coincidencia. Todas las imágenes mostradas son exclusivamente de carácter ilustrativo. Comparte tu historia con nosotros, podría cambiar la vida de alguien. Si deseas compartir tu historia, envíala a info@amomama.com.

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